Médicos en la historia

Un sección para recordar aquellos médicos de tiempos pasados que mejoraron la medicina

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José María Manuel Fernández

José María Manuel Fernández nació en Tucumán el 4 de septiembre de 1902, del matrimonio constituido por José María Fernández y Mercedes Pallette. Siendo muy niño su familia se trasladó a la localidad bonaerense de Baradero, donde cursó sus estudios primarios. Al llegar el momento de comenzar su bachillerato, debió forzosamente alejarse de su familia. Por aquella época, las pequeñas ciudades que se extendían por el litoral del río Paraná, como San Pedro, Baradero o Ramallo, no contaban con establecimientos secundarios. En las localidades vecinas no había Colegio Nacionales. A lo sumo, Escuelas Normales que preparaban para el magisterio, como las que ya existían en San Nicolás y Luján.

Las posibilidades más cercanas eran Rosario y Buenos Aires. Los Fernández optaron por esta última ciudad, donde cursó los primeros años del colegio secundario.
Luego partió para Rosario, donde terminó sus estudios secundarios sin sospechar quizás que esta ciudad se transformaría en su patria chica, a la que querría entrañablemente. Cabe una digresión al respecto. Fernández siempre rescató la importancia de la calidad de vida que brindan las localidades pequeñas y muchos años después, al ver el crecimiento de Rosario, solía decir que cuando una ciudad supera los cien mil habitantes comienza a ser mala para vivir.

En 1921 se recibió de Bachiller en el Colegio Nacional Domingo Faustino Sarmiento de Rosario, ingresando en marzo del año siguiente a la Facultad de Ciencias Médicas, Farmacia y Ramos Menores de la Universidad Nacional del Litoral, donde se graduaría en abril de 1928 con el título de Doctor en Medicina.

En el ínterin había comenzado a desarrollar las actividades curriculares propias de un estudiante de medicina inquieto: Ayudante en el Instituto de Anatomía y Fisiología Patológicas, Disector de la Cátedra de Anatomía Descriptiva, Practicante Menor y Mayor del Hospital Nacional del Centenario.

No bien recibido, se incorporó como médico agregado a la Cátedra de Clínica Dermatosifilográfica, a cargo de su maestro Enrique Fidanza, y al año siguiente inició su carrera en el Servicio de Leprología del Hospital Intendente Carrasco, donde llegó a ser Jefe de la Sala de Mujeres de dicho servicio y Director Interino del Hospital. Luego de dos años de pasantía por la Cátedra de Clínica Pediátrica del Dr. Camilo Muniagurria, donde se desempeñó como Jefe de la Sección HeredoLúes, inicia un período de intensa actividad académica que cubrirá toda la década del '30.

En estos años se define el perfil futuro de José María Fernández. Profesionalmente, un dermatólogo. Científicamente, un leprólogo. En toda circunstancia, un médico con una profunda sensibilidad social.

En noviembre de 1932 emprende un viaje de estudios becado por el Patronato de Leprosos de Buenos Aires (hoy Federación del Patronato del Enfermo de Lepra de la República Argentina). Durante un año recorrerá los más importantes leprocomios de la época, interiorizándose de su funcionamiento y relacionándose con destacados leprólogos. Algunas de estas vinculaciones, especialmente la establecida con Kensuke Mitsuda, serán trascendentes para el desarrollo de la disciplina, como se verá más adelante. En este largo periplo visitará el Sanatorio de Carville (Louisiana, fUSA); los hospitales de Kalihi y Molokai en HawajiJ los de San Lázaro, Culion y Cebú, en Filipinas; el Aisen Ien Leprosarium y el National Leprosarium de Japón (donde conocerá a Mitsuda); el Hospital Gabra, el Purulia Leper Home y el Departamento de Lepra de la Escuela de Medicina Tropical de la India y, ya de regreso, los Sanatorios Santo Angelo y Padre Bento del Departamento de Profilaxis de la Lepra del Estado de Sao Paulo en Brasil. Esta experiencia la volcó en el informe presentado oportunamente al Patronato, editado en Rosario en 1933. {Impresiones acerca del estado actual de la lepra en Estados Unidos de Norte América, Hawáii, Filipinas, Japón, India y Brasil. Ed. Médica Lagos; Rosario, 1935).
A su vuelta a la Argentina culmina su adscripción a la carrera docente y en octubre de 1936 es designado Profesor Adjunto en la Cátedra de Clínica Dermatosifilográfica.

Como ya se dijo con anterioridad, esta década fue muy importante en la vida de José María Fernández, y no sólo en lo que hace a su actividad científica. El 7 de noviembre, de 1934 contrajo matrimonio con María Inés Franzini Herrera.

Decir que detrás de todo gran hombre siempre hay una gran mujer parece una frase hecha, pero en este caso es simplemente una descripción de la realidad, María Inés (o mejor, la Rubia, como era cariñosamente conocida en todo el ambiente leprológico) fue la compañera que apoyó a su marido en todos los momentos de su vida, llegando a colaborar activamente en las investigaciones de Fernández (recuerdo que la Rubia solía contar cómo aprendió a realizar coloraciones bacteriológicas e histológicas, en momentos que por razones presupuestarias no contaban con un técnico que las efectuara).

Posteriormente la Sra. de Fernández desarrollaría una importante labor en el área de Servicio Social del Hospital Intendente Carrasco y sería una activa participante en la Sociedad Argentina de Leprología.

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Oleo de O. Traficante

A principios de 1938 el matrimonio Fernández viaja a Francia. Allí José María se perfeccionará en Histopatología de la Piel en el Hospital Saint Louis de París, gracias a una beca externa de la Asociación Argentina para el Progreso de las Ciencias. Estos estudios se complementarán con una estadía en el Instituto Conde Lara de Sao Paulo, donde profundizará sus conocimientos de patología de la lepra.

En marzo de ese mismo año asistirá como delegado oficial del gobierno argentino al 4o Congreso Internacional de la Lepra, que tuvo lugar en El Cairo. En el mismo presentará dos ponencias, cuyos títulos permiten vislumbrar dónde se centraba el interés leprológico de Fernández: Bactériologie de la reaction lépreu se tuberculoide y L 'injection de léprolin chez les lépreux. (Las ponencias fueron presentadas en francés. Todavía el inglés no se había transformado en lingua franca y la tradición médica gala se mantenía incólume).

Vale la pena detenerse un poco en este Congreso, aunque más no sea para destacar la importancia que se daba a estos eventos en ámbitos ajenos a la disciplina.

La delegación argentina estaba designada por el Poder Ejecutivo de la Nación y sus integrantes tenían rango diplomático, correspondiendo al Presidente de la misma, el Profesor Pedro Baliña, la jerarquía de Ministro Plenipotenciario. El protocolo era también estricto, siendo la vestimenta requerida para las actividades sociales de rigurosa etiqueta. En la cena de clausura era obligatorio el uso de frac, lo cual planteó un problema a los miembros jóvenes de la delegación (Fernández y su entrañable amigo Guillermo Basombrío) que no disponían de esta prenda en su equipaje. La solución no fue difícil. Mediante una módica suma, convencieron a dos de los mozos del hotel que les prestaran sus respectivos fraques y así .concurrieron a la clausura del Congreso convenientemente vestidos. Pero no pudieron con su temperamento de bromistas empedernidos, y en plena cena se colgaron una servilleta del brazo y ubicados detrás de los asientos de sus esposas comenzaron a hacer la pantomima de servirles las bebidas. Esta anécdota la contaba siempre la Rubia y la traigo a colación porque pinta el costado risueño de la vida de un gran leprólogo.

En 1940 José María Fernández alcanza por concurso de oposición y antecedentes la titularidad de la cátedra de Dermatología de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional del Litoral, sucediendo a su maestro Enrique Fidanza en el cargo. Lo que para muchos sería la coronación de una carrera académica, para nuestro biografiado constituyó una etapa más de la misma y el comienzo de un cúmulo de importantes actividades futuras.

Ese mismo año el Intenational Journal of Leprosy publicó el trabajo más conocido , de Fernández, en el que se refería a la reacción cutánea posteriormente conocida por su nombre (The early reaction induced by lepromin. Int J Leprosy 8: 1-14, 1940). Fernández describió la reacción que se produce a las 48 horas de inyectar por vía intradérmica una suspensión de Mycobacterium leprae y la interpretó correctamente como un fenómeno de hipersensibilidad retardada, diferenciándola de la reacción descripta con anterioridad por Hayashi y Mitsuda.

Conviene hacer aquí un alto en el desarrollo cronológico de esta semblanza, para prestar atención a la producción científica de José María Fernández, considerada en forma global.

Si algo distingue a Fernández de las otras figuras consulares de la leprología argentina, es el objeto de sus investigaciones.

Más allá de haber realizado estudios sobre terapéutica (fue uno de los primeros en experimentar el tratamiento sulfónico), clínica y epidemiología, su interés primordial estuvo centrado en la fisiopatología de la enfermedad, con especial énfasis en los aspectos inmunológicos y bacteriológicos, apuntando en la práctica a dos objetivos: la transmisión experimental y el desarrollo de una vacuna eficaz.

Sus primeros trabajos sobre inmunología datan de 1934 {El léprolin test) y continuarán con sucesivas publicaciones, que se suman a la antes mencionada referida a la reacción precoz a la lepromina: L 'injection de léprolin chez les lepreux, 1938; Estudio clínico e kisto-patológico de las reacciones alérgicas en la lepra, 1939; Valor de la inyección subcutánea de léprolin en el diagnóstico de ciertas formas de lepra, 1939; Estudio comparativo de la reacción de Mitsuda con las reacciones tuberculínicas, 1939; Estandarización de la lepromina, 1941; La reacción precoz provocada por la lepromina. Investigaciones efectuadas con diversos antígenos derivados de M. leprae, 1942; Sensitization to lepromin in presumably non-leprous individuáis, 1943; Relaciones entre alergia tuberculosa y lepra, 1943; Reacciones inmunológicas en la lepra, 1945; Importancia de las reacciones inmunológicas en el examen de los niños convivientes con leprosos, 1945; Inmunology of Leprosy. Antigens derived from "Mycobacterium leprae" in oily suspensions, 1947; Estado actual de nuestros conocimientos en bacteriología e inmunología de la lepra, 1948; Relaciones inmunoalérgicas entre tuberculosis y lepra, 1951; influence ofthe tuberculosis factor on the clinical and inmunological evolution ofcbild contacts with leprosy patients, 1955; Sensitization to tuberculin induced by lepromin, 1955; Fenómenos de sensibilización cruzada provocados por antígenos ácido-resistentes, 1957; Investigaciones realizadas con leprolina Stefansky, 1957; Reacciones provocadas por antígenos leprosos y tuberculosos en individuos sanos, infectados y enfermos, 1959; Inmunología de la lepra. Fenómenos 'de Wade y Otrhos Castro en perros, 1960; Reacciones en perros por los antígenos de M. leprae, M. lepraemurium y M. tuberculosis, 1961.

Hay que destacar que esta proficua labor de investigación tuvo lugar en una época en que los conocimientos inmunológicos eran incipientes, especialmente en lo que a inmunidad mediada por células se refiere. No se habían desarrollado aún las pruebas in vitro que hoy nos resultan familiares, nada se conocía de subpoblaciones linfocitarias o de interleuquinas (recién a mediados de la década del '60 comenzarían los cultivos de linfocitos estimulados por fitohemaglutinina, y en 1968 Rodríguez Parádisi los aplicaría por primera vez al estudio de la lepra). Esto resalta el valor de los trabajos pioneros de Fernández y la importancia que las conclusiones que extrajo de los mismos tuvieron para el progreso de la leprología.

Una mención especial merecen las investigaciones que llevó a cabo sobre la utilización de BCG en la profilaxis de la lepra. La primera mención a esta posibilidad data de 1938 (Rev Arg Dermatol 23: 435) y a partir de ahí comenzó una serie de experiencias al respecto, que dieron origen a diversas publicaciones (El empleo del BCG en la profilaxis de la lepra, 1951; Bases de la moderna profilaxis de la lepra, 1953; Enhancement of resistance to murine leprosy by BCG plus specific antigens, 1956; BCG en la profilaxis de la lepra. Plan de campaña en la Argentina, 1956; The use ofBCG in leprosy, 1962). Al igual que en otros temas, estos trabajos de Fernández marcaron un camino que posteriormente sería seguido por distintos investigadores.

Por fin, hay que hacer referencia a los esfuerzos que dedicó a la transmisión experimental de la enfermedad y que marcaron los últimos años de su actividad científica.

Con el apoyo de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Nacional del Litoral crea el Centro de Investigaciones Dermatológicas, y obtiene subsidios de la Organización Mundial de la Salud para desarrollar investigaciones referidas a la estandarización de la lepromina y la transmisión de lepra a animales de laboratorio. Producto de esta línea de investigación fueron las últimas publicaciones de Fernández: Experimental transmisión of human leprosy to laboratory rodents y Alopecia in hybrid mice innoculated with material from leprosy patients (1963).

Un dato que agiganta la labor de Fernández como investigador es la precariedad de recursos que debió afrontar durante casi toda su carrera, siendo frecuente que los insumos necesarios para sus trabajos fueran pagados de su propio peculio. Cuando Dharmendra visitó Rosario y conoció el laboratorio del Hospital Carrasco, se sorprendió de que en un lugar tan modesto se hubieran desarrollado investigaciones tan relevantes.

Volviendo a la cronología, llegamos a 1943. El golpe militar de junio de ese año, trajo, entre otras consecuencias infaustas, la intervención a las universidades nacionales. En la Universidad del Litoral fue designado Jordán Bruno Genta, un militante de extrema derecha que desató una campaña persecutoria contra los profesores y estudiantes democráticos y entre otras medidas, declaró cesantes a los firmantes de un manifiesto que repudiara el golpe de estado.

En una muestra de sus firmes convicciones democráticas, José María Fernández, al igual que otros docentes, renuncia a su cátedra. Dos años después será reintegrado a la misma por un decreto del Poder Ejecutivo, pero en 1946, al asumir la presidencia el coronel Perón, una nueva intervención ordena su cesantía, situación que compartirá con figuras ilustres de la ciencia argentina, como Bernardo Houssay, Juan T. Lewis o Luis F. Leloir.

Su desafección al régimen imperante le valdrá nuevas persecuciones. En 1950 es separado de su cargo en el Hospital Intendente Carrasco "por razones de mejor servicio".

Durante este período, Fernández intensificará su actividad profesional privada, en el Hospital Italiano Garibaldi y en la Clínica de Enfermedades de la Piel, que dirigía, sin abandonar la labor científica ni la docencia. Fue uno de los integrantes de AUDAL (Universidad Libre, Democrática y Autónoma) institución que albergó a muchos intelectuales rosarinos marginados de los claustros universitarios por razones' políticas.

En octubre de 1947 viaja al Perú contratado por el gobierno de ese país como asesor de la campaña antileprosa. Al año siguiente concurre al Quinto Congreso Internacional de la Lepra, realizado en La Habana, como delegado del Patronato del Enfermo de Lepra de Rosario. Junto con Guillermo Basombrío y los leprólogos brasileños tendrá una actuación destacada en los debates que culminarán con la adopción de una nueva clasificación de las formas clínicas de la enfermedad, conocida como Clasificación Sudamericana. En el mes de octubre de 1952 viaja a los Estados Unidos, con una beca de investigación del United States Public Health Service y durante el año lectivo 1952-53 realiza investigaciones en el Departamento de Bacteriología e Inmunología de la Universidad de Harvard y dicta cursos en la Escuela de Salud Pública de esta Universidad. Luego de visitar Venezuela y Colombia, invitado por las autoridades sanitarias de estos países y participar en el Sexto Congreso Internacional de la Lepra, realizado en Madrid, donde presidió la Comisión de Inmunología, regresa a principios de 1954 a la Argentina.

Ese año se producirá un hito importante en la historia de nuestra leprología: se constituye la Sociedad Argentina de Leprología. Los principales impulsores de esta idea fueron, una vez más, Fernández y Basombrío, elegidos como Presidente y Secretario Coordinador al constituirse la Primera Comisión Directiva. Dos años después, la sociedad tendrá su revista, Leprología, que durante un cuarto de siglo servirá como medio de expresión a los leprólogos argentinos. Fernández se constituye en una figura protagónica de la nueva sociedad, y en 1961 será honrado con el cargo de Presidente Honorario de la misma.

En el mes de setiembre de 1955 se produce la Revolución Libertadora. José María Fernández es repuesto en su cargo hospitalario y reintegrado a su cátedra. Se le encomienda además la tarea de reorganizar democráticamente la Universidad Nacional del Litoral y es designado Rector Interventor de la misma. Con su habitual entusiasmo y su enorme capacidad de trabajo enfrenta esta ardua misión, que corona a principios de 1958 al entregar al Rector elegido por los claustros una Universidad que había recuperado el prestigio de sus mejores épocas. Cabe añadir que, contemporáneamente, al crearse el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) integró sus primeros Directorios. Por esa época la Organización Mundial de la Salud lo designa miembro del Comité de. Expertos en Lepra, desempeñándose también como Vicepresidente para las Américas de la International Leprosy Association (ILA) y como Editor Asociado del International Journal of Leprosy. En 1963, al renovarse en el VIII Congreso Internacional de la Lepra realizado en Río de Janeiro las autoridades de la ILA, fue elegido Presidente de la misma, siendo el primer latinoamericano que ocupó ese cargo.

En 1964 viajó en compañía de su esposa a Ginebra y Londres, en cumplimiento de sus funciones como experto de la OMS y Presidente de la ILA. En el viaje de regreso sufrió un ictus apoplético, debiendo ser atendido de urgencia en Recife. Trasladado posteriormente a Rosario, pasó los últimos meses de su vida junto a su familia, sus discípulos y sus amigos, en, la cuija que tanto quería, donde falleció el 21 de julio de 1965. Esta es, en apretada síntesis, la trayectoria vital de José María Manuel Fernández. Sé que han quedado cosas en el tintero, como por ejemplo su amor por la vida al aire libre, los paseos por el río Paraná, los partidos de pelota a paleta a los que era tan afecto. Quizás no haya quedado reflejada cabalmente en estas líneas la magnitud de su personalidad. Voy entonces a pedir prestadas opiniones de otras personalidades destacadas que lo frecuentaron.

Según Bernardo Houssay, "el Dr. Fernández no solamente tiene ideas originales para la investigación científica, sino que además ha sabido guiar a muchos médicos en distintos campos de investigación original."

Juan T. Lewis manifestó: "El profesor José M. M. Fernández es el más destacado leprólogo de nuestro país y goza de una reputación internacional de primera categoría en esta disciplina. Luis María Baliña, al escribir su necrológica decía que seguir la línea del doctor Fernández será optar por el respeto a la .persona enferma, por la actitud de servicio del médico frente al enfermo y por el desarrollo científico y técnico de la comunidad para servir a la persona."

Una anécdota personal puede redondear esta semblanza. En 1980 me encontraba en Río de Janeiro, participando del Primer Congreso de Hansenología de los Países Endémicos, donde coordiné el panel de Inmunología. La noche anterior a la clausura se ofreció una cena en el Club Hípico de Río, seguida por una exhibición ecuestre. Conversando con colegas brasileños surgió el nombre de Fernández y yo comenté que estábamos emparentados. El Dr. David Azulay, Presidente del Congreso, pegó un respingo y visiblemente emocionado comentó: "yo era muy amigo de él y recuerdo que cuando se enfermó fui a buscarlo a Recife". Después, preguntó: "¿Dónde se aloja usted?". Le di el nombre del hotel y concluyó: "Todos sus gastos corren por cuenta de la Presidenta del Congreso. Es lo menos que podemos hacer por un pariente de Fernández".

Cuando se incursiona en la historia de la leprología, surge inevitablemente una pregunta. ¿Por qué en un país como la Argentina, donde, a diferencia de Brasil, la lepra nunca constituyó un problema sanitario grave, surgió una escuela leprológica de prestigio internacional? En la existencia de figuras como José María Fernández puede estar la respuesta.

por Enrique Fliess

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